Cuando llega San Valentín, el ciclismo habla con amor de Marco Pantani, que murió a los 34 años un 14 de febrero hace ya 15. Cuantos más años pasan de su desaparición más grande es la magnificación de su figura, que ya ha adquirido el perfil brumoso de los mitos y convierte la nostalgia en melancolía por un tiempo inventado, una arcadia que nunca existió.

Qué diferente sería el ciclismo, cuán mejor, si hubiera ahora más Pantanis, lamentan los jóvenes ciclistas, y repiten los aficionados a los que les empiezan a salir los dientes. Ay, se oye por los rincones del Tour Colombia, si hubiera Pantanis, ciclistas valientes guiados por el instinto, por el valor, por la necesidad de llegar solos, de trepar solitarios por las laderas de las montañas, rebeldes, el pinganillo no habría contagiado a todos la mediocridad, el miedo, el cálculo de los directores que, temerosos, con miedo de la vida, todo lo anestesian. “Ay”, dice Stefano Zanini, un exciclista italiano, un esprínter de la era de Pantani, que dirige el Astana de Miguel Ángel López, el escalador de Pesca. “Ay, si Miguel Ángel en la pasada Vuelta no hubiera calculado tanto, si hubiera atacado de más lejos, sin temor…”.

Como Zanini, en el Tour Colombia hay más exciclistas italianos nacidos en los años 70, hijos del ciclismo exagerado de EPO y locura que encumbró a Pantani, y engendró otros monstruos más feos, manejando el volante de diferentes equipos. Están Stefano Zanatta, Valerio Tebaldi, Davide Bramati, Marco Villa y Alessandro Spezialetti, y está Giovanni Lombardi, que es el mánager de Sagan y Gaviria, el agente más querido por los ciclistas que buscan un toque de distinción. Lo primero que hacen todos ellos cuando se les pregunta por el mito muerto es señalarse los brazos, sudorosos en el clima húmedo de Rionegro, donde ha llovido y la tierra fértil, ubérrima, como diría el poeta, está empapada, y hace calor, y dicen, mira, mira, solo oír el nombre de Pantani que se me pone la piel de gallina.

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