EL VERANO SE cuela cada poco en el móvil de María. Vem Maria Nega Tetê / Tetetê tetê / Vem Maria toca o dindê. La pegadiza melodía del clásico de Carlinhos Brown, Maria Caipirinha, irrumpe con cada llamada. A María le chiflan los ritmos brasileños, pero por su cabeza no pasa viajar a Salvador de Bahía ni a ninguna otra playa del mundo. María ha vencido un melanoma, el cáncer de piel más agresivo, que le diagnosticaron en un examen dermatológico rutinario en 2013. El sol y el verano son ahora sus peores enemigos. “Mira mis brazos y mis piernas. Este es mi nuevo color”, dice enseñando su piel de blanco anglosajón, casi nuclear. “De joven era como un lagarto. Todo el día al sol”, confiesa esta madrileña de 43 años mientras toma un café, a la sombra, en un Starbucks. La sonrisa se evapora de su pálido rostro al recordar aquel verano en Dénia, siendo niña, cuando, como tantas veces, se abrasó al sol. Y cómo su madre le aplicó paños con vinagre en su espalda achicharrada. “Lo analizas con el paso del tiempo y es una barbaridad. Nadie era consciente del peligro”. De adolescente, con sus amigas, se embadurnaba de Nivea, “que lo que hacía era freírte”, y de “un mejunje de aceite Johnson y Betadine con limón”. Un auténtico festín para los rayos ultravioleta. Arrancarse a jirones los pellejos de la espalda, tendidas sobre la arena, era un juego en el que todas participaban en el crepúsculo de la tarde. Pero la piel tiene memoria: así se lo advirtieron los médicos al localizar “ese lunar feo” en una de sus piernas. La suerte fue que el cáncer estaba en su fase inicial y pudieron extirpárselo a tiempo. “Si el melanoma penetra en el sistema linfático la tenemos liada”. No fue su caso. En 2015 recibió el alta médica, pero ella sigue sometiéndose regularmente a controles para certificar que el cáncer es historia. Su piel castigada vive en un estado de alarma permanente,

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