John Snow es un héroe casi desconocido. No se trata, claro, del personaje de la popular serie Juego de tronos, sino del médico británico que, en medio de una epidemia de cólera en el Londres de mediados del siglo XIX, descubrió que era el agua contaminada y no las miasmas, —los aires contaminados como se creía hasta entonces— la causante de la mortífera enfermedad.

Snow, que era el anestesista de la reina de Inglaterra, realizó un minucioso trabajo de representación de los casos de cólera en un mapa de Londres. Fue la primera vez que se cruzaron datos estadísticos y mapas, algo que nos parece tan habitual en esta época. Un recrudecimiento de la epidemia en el año 1854 permitió a Snow comprobar su teoría sobre el origen de la enfermedad. La representación en el mapa del barrio, en aquella época una especie de favela, le llevó a la conclusión de que el origen estaba en un pozo equipado con una bomba manual donde las personas de la zona se abastecían de agua.

Como sucede a veces con los avances científicos, la teoría de John Snow fue rechazada y hasta que el llamado Great Stink hizo imposible la vida de los políticos en el Parlamento británico no se le dio la razón y se aprobaron los fondos necesarios para lo que constituiría una de las obras de ingeniería más importantes del siglo XIX: el alcantarillado de Londres, que resolvió de una vez el problema.

A principios del siglo XXI la situación de las áreas marginales de muchas ciudades de los países de renta baja y media presenta características a la del SoHo del siglo XIX en Londres.

En los años ochenta, en la ciudad brasileña de Natal, un grupo de técnicos liderados por Jose Carlos Melo sacó a los ingenieros de sus oficinas para dialogar con las personas de los barrios y juntos encontrar soluciones técnicas adaptadas a las imposibles geometrías urbanas de estos barrios: una amalgama de casas pegadas unidas por estrechos pasillos o escalones.

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