—Es lo que hay. Esto no va a durar mucho.

A quien ha venido con él o ella se le enrojecen los ojos. Llora. Luego se rompen los dos.

La luz tamizada por un estor blanco baña de irrealidad el cuarto que mira a la anárquica marea humana del Kilómetro O. Es un espacio donde la muerte se muestra desnuda, ajena al grandísimo tabú de puertas afuera. “Aquí se ponen encima de la mesa todos los demonios”, relata el médico Fernando Marín, presidente de DMD Madrid, la asociación más numerosa, que reúne a 2.700 socios de los 7.000 de todo el país.

María José Carrasco, la enferma de esclerosis múltiple que se suicidó hace unos días auxiliada por su marido, rellenó los papeles para hacerse socia con sus manos aún hábiles y pidió que un miembro de DMD, en este caso Marín, trasladase ese espacio de “muerte impúdica” a su casa. Fue hace seis años. “Aún disfrutaba de las películas y los ratos con su marido. Pero deseaba morir”, recuerda el médico, también especialista en cuidados paliativos. Un 16% de las consultas a DMD Madrid en 2018 fueron de personas que deseaban quitarse la vida.

“Quiero morir, ¿qué hago?”, vienen a decir. En un país cuyos ciudadanos apoyan masivamente la eutanasia (un 85%, según la última encuesta de Ipsos de 2018), la respuesta aún está sombreada de clandestinidad. El proyecto de ley para su despenalización impulsado por el PSOE fue bloqueado en la Mesa del Congreso por PP y Ciudadanos esta legislatura. DMD cuenta con una escueta publicación (40 páginas) solo al alcance de los socios con más de tres meses de antigüedad, en plenas facultades mentales y si lo solicitan expresamente, como Carrasco. En la Guía de muerte voluntaria se vierte información actualizada sobre los métodos para quitarse la vida, analizándolos según su seguridad y ausencia de sufrimiento, “los más importantes”. También según la facilidad para conseguir la medicación, rapidez de efecto o fecha de caducidad a largo plazo. “No existe una solución mágica”,

 » Más información en elpais.es