Según algunos estudios, hasta el 25% de la población tendría miedo a las agujas, una fobia incontrolable que provoca que, a la hora de enfrentarnos a una inyección sintamos sudoración nerviosismo, náuseas… e incluso ataques de pánicos en las situaciones más extremas. Este miedo irracional, conocido como tripanofobia, puede llevar en muchas cosas que las personas evitan ponerse inyecciones, vacunas o hacerse análisis, lo que puede suponer un grave problema de salud para ellos.

Esta fobia a las agujas no surge de la nada, sino que se fragua en la infancia. De niños, es normal que tengamos miedo a las agujas, sobre todo a partir de los tres años, pues los niños asocian los pinchazos, especialmente los de las vacunas, al dolor, y es lógico que no quieran experimentar dolor. Si este miedo persiste en el tiempo, incluso en la edad adulta, se debe, probablemente, a que no supimos gestionar este miedo infantil o porque el niño tuvo experiencias traumáticas en el momento de recibir pinchazos e inyecciones de pequeño. Por tanto, para evitar que el miedo a las agujas se prolongue más de lo debido, debemos cuidar desde pequeños el momento en el que los niños se enfrentan a las agujas.

Los niños, con razón, suelen asociar agujas con dolor.

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