La Comunidad de Madrid se enfrenta desde este miércoles a una situación inédita con 1,6 millones de alumnos, desde los de educación Infantil a los universitarios, fuera de las aulas para tratar de frenar la propagación del coronavirus. La drástica medida se extenderá a lo largo de dos semanas, hasta el próximo 26 de marzo, y afecta también a 113.000 profesores, que sí deberán continuar acudiendo a los centros educativos de la forma habitual. Las autoridades madrileñas tomaron esta decisión empujadas por la explosión de casos diagnosticados, que en la región ya se acercan a los 800, casi la mitad de todos los registrados en España.

Y es que el escenario se ha dado la vuelta en cuestión de días. Hace una semana el propio Fernando Simón, director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias, descartaba la posibilidad de cerrar los colegios, respondiendo así a una pregunta sobre si España seguiría el ejemplo de Italia en ese sentido. «No sería útil», dijo entonces Simón, porque, además, podría incrementar el riesgo de transmisión. En aquel momento, es cierto, apenas había 200 casos registrados en todo el territorio nacional y solo un fallecido a causa del COVID-19. Hoy son casi diez veces más los infectados y el número de muertos se eleva a 36. Y aún no se ha llegado al pico.

A pesar de estas cifras nadie esperaba el lunes por la mañana el cierre de colegios decretado por la tarde por la Comunidad de Madrid. Tampoco los padres de los alumnos, que este martes, último día lectivo antes de las vacaciones forzosas, no sabían qué iban a hacer con sus hijos, ni si el Gobierno iba a abrir alguna vía para facilitar el teletrabajo (una opción para algunos, no para todos) o cubrir los gastos de una persona que pueda cuidar a los menores.

Sin concretar ninguna medida, la ministra portavoz,

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