Estamos tan acostumbrados a repartir las especialidades médicas en fracciones del cuerpo (los ojos para el oftalmólogo, el estómago para el digestivo, la nariz para el otorrino y los dientes para el dentista) que se nos ha olvidado que el cuerpo es uno y que lo que pasa en una parte tiene mucho que ver con lo que pasa en otra. En cualquier máquina lo vemos claro: si una pieza no funciona bien, con el tiempo acabará afectando al funcionamiento de toda la máquina incluso puede provocar que esta se rompa. No olvidemos que el cuerpo es la máquina más perfecta de todas.

Además, si nos paramos a pensar el techo de la boca (el paladar) es a su vez el suelo de las fosas nasales. Anatómicamente hablando, comparten pared. Por lo tanto, si tenemos un paladar ancho tendremos unas fosas nasales anchas y viceversa. Y la anchura del paladar, ¿se hereda o depende de alguna otra cosa? Por una parte está la genética pero hay un factor desencadenante estrella que afecta a la anchura del paladar y es…RESPIRAR POR LA NARIZ.

Cuando respiramos por la nariz, nuestros labios permanecen cerrados y la lengua (que está compuesta por nada más y nada menos que por 17 músculos y es uno de los músculos más potentes del cuerpo en relación con su tamaño) se posiciona en el paladar. La fuerza de la lengua hace que el paladar y todo el hueso maxilar superior crezcan tanto en anchura como en longitud.

En cambio, si respiramos por la boca la lengua se mantiene en una posición baja (en el suelo de la boca) y maxilar superior queda sin el estímulo de la lengua y no crece dando lugar a paladares estrechos que recuerdan catedrales góticas (altas y estrechas) donde tristemente no caben todos los dientes.

Otra razón por la que es vital respirar por la nariz es la salud de las encías, amígdalas y garganta. Cuando el aire entra por la boca, reseca todas las mucosas de la cavidad oral que deben estar humedecidas por la saliva.

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