No podemos ser insensibles al sufrimiento de las personas. Con frecuencia, al sufrimiento que provoca la enfermedad se suele añadir el sufrimiento que provoca la escasez de recursos de la familia.

Más de la mitad de los pacientes españoles que se podrían beneficiar de una atención paliativa de calidad, no tienen acceso a recursos específicos. Cada semana mil enfermos con patología crónica avanzada mueren en nuestro país con un sufrimiento evitable. Dependiendo del lugar donde se resida, se sufrirá más o menos, con lo que una vez más la equidad se vuelve a vulnerar. Sin embargo, parece que el compromiso político solo está en aprobar una ley de eutanasia o no, sin tener en cuenta lo que necesitamos: la implementación de programas de cuidados paliativos que ayuden a disminuir el sufrimiento.

Cuando se nos garantice una cobertura del 100% de programas de cuidados paliativos bien dotados, podría plantearse la posible despenalización de la eutanasia o el suicidio asistido. Si el enfermo no está bien cuidado y continúa sufriendo, se verá abocado a solicitar el adelanto de muerte mediante la eutanasia.

Sería coherente que, cuando los políticos lleguen al Congreso, comiencen a legislar no por opiniones sino por necesidades. Necesidad de que al paciente al final de la vida se le alivie el dolor y cualquier otro síntoma que le haga sufrir; de que se le dé apoyo emocional; de acompañarle; de satisfacer sus necesidades espirituales… Si sus leyes garantizan el derecho a ser aliviado de cualquier síntoma físico que le haga sufrir aunque en su intento se pudiera adelantar la muerte no intencionada, el derecho a la ayuda psicológica, el derecho a no morir solo y el derecho a recibir el apoyo espiritual que el enfermo desee, estarán legislando para garantizar el derecho a no sufrir cuando llegue el final de la vida. El sufrimiento del enfermo se elimina abordándolo desde sus cuatro dimensiones: la física,

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