Según datos de la UNESCO, a 14 de abril de 2020 la crisis del coronavirus ha afectado a 1 570 millones de estudiantes de 192 países que cursan estudios de preescolar, primaria, secundaria, bachillerato, grado y postgrado. Este impacto supone más del 91,4% de la población mundial estudiantil. Especialmente grave es el mayor impacto en las niñas, por las consecuencias que pueden padecer.

Estudiantes que han visto variar, prácticamente de un día para otro, el medio y el lugar de aprendizaje junto con sus hábitos y dinámicas de estudio. Al abandono del lugar central de acopio de conocimiento, el aula, y el espacio de relación para los más jóvenes, el patio o similar, se añade la imposibilidad de realizar otro tipo de actividades anexas, bien sean deportivas o culturales, que generan valor en su proceso de hábitos de salud y crecimiento personal.

A esas circunstancias adversas e inesperadas, se le ha añadido la convivencia en el hogar con adultos, que en ocasiones no pueden estar pendientes de su progreso ni siquiera de prestarles una adecuada atención, bien sea porque tienen a su vez que trabajar o teletrabajar, bien porque no poseen los conocimientos adecuados para ayudar a sus hijos.

Adicionalmente, se requiere y exige velar por una distancia que impida el contagio de la enfermedad.

Cuando el aprendizaje se interrumpe

La Unesco también señala las consecuencias negativas del cierre de centros escolares, entre las que se destacan las siguientes: el aprendizaje se interrumpe; la alimentación de los niños disminuye al ser el colegio el lugar de ingesta nutricional habitual y diaria; se plasma la desigualdad a la hora de acceder a sistemas digitales de educación, y aumentan las tasas de abandono escolar.

En estas circunstancias y a nivel mundial, nuestros jóvenes ven añadido al conocimiento educativo de materias diseñadas por cada sistema educativo, la madurez sobrevenida por la superación de circunstancias excepcionales que influyen en su propia supervivencia.

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