La de la lucha contra la malaria es una de las mejores noticias de las dos últimas décadas. A principios de este siglo, la carga estimada de mortalidad provocada por el paludismo ascendía a unas 839.000 personas por año, prácticamente el doble que las estimaciones de 2017. Durante este mismo periodo, la incidencia global de la enfermedad ha caído cerca del 40% y hoy 46 países reportan menos de 10.000 casos autóctonos anuales, lo que les permite aspirar a la eliminación completa de la enfermedad en los próximos años. Con cero casos autóctonos en 2017, China constituye una de las noticias más esperanzadoras de un panorama que incluye avances históricos en otros contextos tan complejos como Etiopía, Ruanda y Paquistán.

Todo esto significa solo una cosa: la determinación de países donantes y prevalentes –espoleada por la creatividad financiera y científica de poderosos intermediarios como Unitaid o el Fondo Mundial contra el SIDA, la Tuberculosis y la Malaria– ha conseguido llevar a escala una estrategia eficaz que incluye el desarrollo de nuevos productos preventivos y paliativos, el control vectorial del contagio y el tratamiento masivo de los enfermos. Millones de vidas salvadas e incontables oportunidades de desarrollo rescatadas.

Si esto es así, ¿por qué parar ahora? El último Informe Mundial de Malaria de la Organización Mundial de la Salud (OMS) alertaba sobre el estancamiento en los avances contra la enfermedad desde 2015. En los dos últimos años hemos visto un incremento leve pero tangible de la prevalencia y una ralentización de las ratios de supervivencia. Quince países de África subsahariana e India concentran el 80% de los casos de malaria, pero no están solos: América Latina está experimentando un incremento de la incidencia de la enfermedad, que afecta de manera particular a Brasil, Nicaragua y Venezuela. A los obstáculos epidemiológicos –como el potencial desarrollo de resistencias a los tratamientos actuales–, se une el desinterés de muchos gobiernos por recorrer el último tramo de la eliminación una vez que la prevalencia de la malaria está por debajo de ciertos niveles.

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