El equipo del investigador Juan Carlos Izpisúa ha logrado crear por primera vez quimeras de humano y mono en un laboratorio de China, un importante paso hacia su objetivo final de convertir a animales de otras especies en fábricas de órganos para trasplantes, según confirma a EL PAÍS su colaboradora Estrella Núñez, bióloga y vicerrectora de investigación de la Universidad Católica de Murcia (UCAM).

Las quimeras, según la mitología griega, eran monstruos con vientre de cabra y cola de dragón, capaces de vomitar fuego por las fauces de su cabeza de león. Las quimeras científicas son menos grotescas. El grupo de Izpisúa, repartido entre el Instituto Salk de EE UU y la UCAM, ha modificado genéticamente los embriones de mono para inactivar genes esenciales para la formación de sus órganos. A continuación, los científicos han inyectado células humanas capaces de generar cualquier tipo de tejido. El fruto es una quimera de mono con células humanas que no ha llegado a nacer, ya que los investigadores han interrumpido la gestación. El experimento se ha realizado en China para sortear las trabas legales.

“Los resultados son muy prometedores”, asegura Núñez. Los autores no ofrecen más detalles porque están pendientes de publicarlos en una revista científica internacional de alto impacto. “Desde la UCAM y el Instituto Salk estamos tratando no ya solo de avanzar y continuar realizando experimentos con células humanas y de roedores y cerdos, sino también con primates no humanos”, explica Izpisúa. “Nuestro país es pionero y líder mundial en estas investigaciones”, celebra.

Un embrión de ratón con células de rata en su corazón.Un embrión de ratón con células de rata en su corazón. Instituto Salk

Izpisúa, nacido en Hellín (Albacete) en 1960, recuerda que su equipo ya llevó a cabo en 2017 “el primer experimento de quimeras entre humanos y cerdos del mundo”, aunque con menos éxito. “Las células humanas no agarraron. Vimos que contribuían muy poco [al desarrollo del embrión]: una célula humana por cada 100.000 de cerdo”, explica el veterinario argentino Pablo Ross, investigador de la Universidad de California en Davis y coautor de aquel experimento.

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