En 2016, el café monodosis se introdujo en el cálculo del IPC, haciendo oficial lo que ya era evidente: la cafetera de cápsulas es un elemento más en la cocina. El sector sigue creciendo, alcanzando ya al 37,3 % de los consumidores y, aunque el gasto medio en café “convencional” todavía supera al monodosis (se distribuyen un 55% y 45% del mercado, respectivamente), las cifras se aproximan.

Se entiende la batalla de las marcas líderes por mantener la exclusividad de su sistema frente a las cápsulas compatibles, aunque varias sentencias han dado la razón a los fabricantes de monodosis no originales, ampliando el mercado.

La facilidad de uso, la variedad de opciones y la limpieza del proceso son piezas imprescindibles de su éxito, pero la clave es una estrategia de posicionamiento a través de la segmentación, dirigiéndose a públicos muy diferentes, creándoles necesidades y cubriendo las aspiraciones de todos ellos.

En variantes como “macchiatos” o “lattes” el café es lo de menos y pueden llevar nata, grasa de coco o azúcar (en ocasiones, más de un 30 % del contenido)

Si hablamos de macronutrientes (proteínas, hidratos de carbono y grasas), el valor nutricional del café es insignificante. Lo interesante es su contenido compuestos bioactivos (cafeína incluida) por sus efectos fisiológicos, y este es muy variable en función de la variedad de grano, tostado o método de preparación (entre otros).

En cualquier caso, cuando se analiza el café desde el punto de vista nutricional, se estudia exactamente eso, el café. No todos los aderezos que pueden acompañarle.

Gran parte de las cápsulas de café contienen solo café. Se identifican bien, porque no tienen la obligación de mostrar la lista de ingredientes, ni especifican el valor nutricional. Sin embargo, en la oferta ingente de monodosis también se cuelan productos insanos bajo el disfraz de inocente cápsula de café.

Si para hacer una taza de café se pueden encontrar mil opciones,

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