La jornada empieza con el mismo ritual: en la puerta del hotel, un termómetro en la frente de todo el que pasa. La recepcionista tranquiliza a un huésped: “Tenemos suministros de sobra, recibimos muchos productos antes del bloqueo, no se preocupe”. Segundo día de cuarentena en Wuhan, una población de la que no se puede salir, ni entrar, por ser el origen del coronavirus 2019-nCoV. Los últimos datos oficiales sitúan los casos en 26 muertos y 923 infectados en China, y otros 18 en ocho países. En el epicentro del brote, los habitantes de la ciudad hacen acopio de víveres antes de festejar, esta noche, el año nuevo lunar.

A lo largo de un paseo de cinco kilómetros solo aparecen cuatro viandantes. Además de ellos, las únicas señales de vida provienen del interior de una tienda de mascotas, donde tres gatos duermen hechos un ovillo. La puerta del local está cerrada a cal y canto con un voluminoso candado. En el centro de la ciudad parece haber más vida. Los barrenderos han cambiado las escobas por fumigadores, con los que rocían el suelo y las fachadas de los edificios. Un hombre carga con dos abultadas bolsas, en las que lleva todo tipo de alimentos. “Hay que comprar cosas, ¡Wuhan está cerrada!”, exclama manteniendo una distancia de tres metros con su interlocutor antes de continuar.

El cerco provoca que mucha gente ponga rumbo a supermercados y centros comerciales, en busca de productos con los que aprovisionar sus despensas ante un cierre que todavía no tiene fecha de caducidad. Imágenes compartidas en redes sociales muestran peleas en la sección de frutería, cajas vacías en los congelados. En los estantes de la pequeña tienda de alimentación que regenta Shenglong, no obstante, no falta de nada. En su caso, la concurrencia ya ha pasado. “Hoy solo han venido diez clientes, pero ayer y anteayer la gente no paraba de entrar”, apunta, “se llevaban, sobre todo, bidones de agua, cuanto más grandes, mejor”.

Shenglong se confiesa intranquilo por la evolución del virus,

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