Suena a ficción de la mala, pero basta echar un vistazo a los comentarios que casi 15.000 personas dejan en Facebook para cerciorarse de que la tripofobia es una realidad. Los tripofóbicos existen, y sus vidas discurren entre episodios de intenso asco, miedo y ansiedad, que se manifiestan cuando ven burbujas en el café, cuando están ante los agujeros de un queso gruyere o cuando perciben el patrón de una esponja marina, por ejemplo. Una usuaria de la red social explica que el interior de las piñas le inspira temor, así como la superficie cuajada de semillas de las fresas: «Sencillamente las tiro», dice. Muchas otras se quejan de que esta aversión irracional a los agujeros y a las agrupaciones geométricas que se forman a base de espacios vacíos, esta fobia a los patrones repetitivos, surge al contemplar lo que se supone que debería ser un codiciado objeto de deseo: el nuevo iPhone, concretamente el modelo 11 Pro.

El detonante está en las tres lentes circulares de la parte trasera del dispositivo, un conjunto que interpretan como una agrupación inquietante. En el grupo de Facebook donde los afectados intercambian información, hay quien lamenta el diseño del nuevo teléfono mientras alguna voz asegura que no le hace efecto; «la mayoría de las cosas hechas por el hombre no me preocupan. Me pongo peor con las naturales», afirma un usuario. La tripofobia no está admitida como enfermedad por la Asociación Estadounidense de Psiquiatría ni hay una guía para diagnosticarla en el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales – que se conoce como DSM-5 y que es la publicación de referencia para saber si una enfermedad mental está reconocida como tal–. Se trata de una experiencia poco estudiada pero, sea lo que sea, las estructuras formadas por agujeros pueden provocar hasta ataques de ansiedad en algunas personas. ¿Por qué no pueden soportar estos patrones repetitivos?

Del mecanismo primitivo a la pura sugestión

Las primeras investigaciones sobre la tripofobia fueron llevadas a cabo por los psicólogos Arnold Wilkins y Geoff Cole,

 » Más información en elpais.es