En nuestra mente existe lo que Freud llamó el «ideal del yo», una condición que la persona debe cumplir para ser considerada valiosa, según explica el psicólogo y psicoterapeuta Rodrigo Córdoba Sanz en su blog. Conseguirlo nos da seguridad. Y mirar implorantes al gimnasio en busca de respuestas, dejarse la piel (y los kilos de más) entre esas cuatro paredes, parece una buena idea. Pero, ¿cuánto podemos conseguir con el ejercicio físico?

«Si la capacidad de mejorar fuera infinita, todos podríamos ser campeones de cien metros lisos». Con esta afirmación del doctor Juan Ramón Heredia, director del Instituto Internacional de Ciencias del Ejercicio Físico y la Salud (Iicefs), muchos acabarán de ver frustrados sus sueños olímpicos, pero no se trata de ser derrotistas ni de tirar la toalla. No todos contamos con los mismos mimbres para llegar a determinados objetivos, mas el margen de desarrollo existe, condicionado, en mayor o menor medida, por ciertos factores (pero existe). La clave radica en establecer metas realistas y apostar por la constancia.

Esa es la buena noticia. Nuestro cuerpo tiene capacidad para cambiar, aunque quizás no al nivel que nos prometen los mensajes motivacionales de «si quieres, puedes» o «nada es imposible», o las fotos de seres esculturales que invaden Instagram. Cuando se trata de nuestro físico y el efecto que machacarse en el gimnasio puede tener sobre él, quizás la batalla más importante es la que tenemos que librar contra nuestras expectativas: «Si tienes tendencia a una composición de grasa muy alta no te vas a ir al otro extremo y convertirte en alguien muy delgado», comenta Heredia. Ahora bien, de ahí a usar nuestra constitución, nuestra genética, como una excusa para no intentarlo, hay un abismo. «Puedes mejorar y moverte en otro espectro», completa su argumento.

La genética importa, pero no hay que hacerle mucho caso

Con estas afirmaciones sobre la mesa, pensar que esa pancita o esos kilitos de más están determinados por nuestro ADN y son imposibles de eliminar suena a excusa para perezosos y conformistas. Nuestro contenido genético no es inalterable ni rígido.

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