Sorprenderse hablando consigo mismo puede resultar embarazoso, especialmente si está pronunciando su propio nombre en la conversación. Tampoco sorprende que ese monólogo haga parecer que está alucinando. Se debe, obviamente, a que el propósito de hablar en voz alta no es otro que comunicarse con otras personas. Pero dado que muchos de nosotros hablamos con nosotros mismos, ¿será normal (e incluso saludable)?

En realidad, hablamos en silencio con nosotros mismos todo el tiempo. No me refiero solo al clásico «¿dónde me he dejado las llaves?», sino a conversaciones profundas y trascendentales en las que nos enfrascamos a las tres de la mañana con nuestros pensamientos como único interlocutor. Esta charla interna es muy saludable, ya que cumple la función de mantener nuestra mente en forma. Nos ayuda a organizar nuestros pensamientos, planear las acciones que queremos llevar a cabo, consolidar la memoria y dar forma a las emociones. En otras palabras, nos ayuda a controlarnos.

Hablar en voz alta puede ser la continuación de la silenciosa conversación interior, y puede estar provocado cuando se activa involuntariamente un comando motor. El psicólogo suizo Jean Piaget observó que los niños pequeños empiezan a controlar sus acciones cuando comienzan a desarrollar el lenguaje. Cuando se acerque a una superficie que quema, el niño exclamará «caliente, caliente» y se alejará. Este tipo de conducta puede continuar en la edad adulta.

Los primates no humanos no se hablan a sí mismos, pero se ha descubierto que controlan sus propias acciones mediante la activación de metas en un tipo de memoria que es específica para la tarea. Si esta es visual, como el emparejamiento de plátanos, un mono activa un área diferente de la corteza prefrontal que cuando relaciona voces en una tarea auditiva. Cuando se llevan a cabo pruebas similares en humanos parecen activar las mismas áreas, sin importar la tarea de la que se trate.

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