La pandemia del coronavirus no tiene precedentes, y es previsible que tenga devastadoras consecuencias sanitarias y en la economía global. En las últimas décadas ha habido múltiples pandemias víricas, pero ninguna con el brusco y profundo impacto socio-sanitario que tiene COVID-19. No hay duda de que COVID-19 supondrá un antes y un después. Además, el futuro inmediato es incierto puesto que no disponemos ni de antivirales ni de vacunas eficaces.

Todo ha ocurrido muy rápido y las medidas de contención se han tomado con retrasos en la mayoría de países. El número de casos y de defunciones puede seguirse a tiempo real en varias paginas web, como la de Worldometer o la Universidad Johns Hopkins. Hoy tenemos ya más de 250.000 casos confirmados y 10.000 fallecidos en el planeta.

Saturación del sistema sanitario

Ya nos han contado hasta la saciedad que la infección por SARS-CoV-2 puede ser asintomática o con síntomas leves en una proporción elevada de niños y jóvenes. En adultos los síntomas generalmente se parecen a los de una gripe severa, con tos, fiebre, cefalea y fatiga que duran 3-7 días. Pero es en los ancianos y en personas con otras patologías -hasta un 20% de ellos- donde la infección por este coronavirus puede progresar a neumonía y requerir hospitalización. Hasta un 25-30% de esta población más vulnerable y con síntomas graves necesitará ventilación mecánica y cuidados intensivos.

Los servicios de urgencias, las camas de hospitalización y las unidades de cuidados intensivos están desbordadas en muchos lugares. Muy pocas veces se había necesitado priorizar la atención a unos pacientes en detrimento de otros por falta de personal y/o equipos sanitarios. Para los médicos y enfermeras, ese dilema es uno de los más dramáticos de la actual situación. Nos gustaría poder salvar a todos.

Vacunas o antivirales, ¿cuál es la prioridad?

El SARS-CoV-2 es muy transmisible a partir de los aerosoles de pacientes que estornudan,

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