Jeffrey Gordon (EE UU, 1947) acude a la entrevista con bacterias gigantes estampadas en la corbata. El biólogo luce los microorganismos por fuera, pero todas las personas los llevamos dentro, como recuerda nada más llegar. “Yo prefiero el sillón, usted y sus decenas de trillones de microbios pueden tomar el sofá”, dice con una sonrisa, pero totalmente en serio. Gordon, director del Centro para las Ciencias Genómicas y los Sistemas Biológicos, de la Universidad de Washington en St. Louis, está de paso por Bilbao para recoger su Premio Fronteras del Conocimiento en la categoría de Biología y Biomedicina.

La Fundación BBVA le ha otorgado este galardón de 400.000 euros por descubrir el papel fundamental que juegan las bacterias del intestino en la salud. Este conjunto de organismos —llamado la microbiota— desempeña funciones, por ejemplo digestivas, que no posee el ser humano, y por lo tanto alterar su composición puede causar enfermedades. Las bacterias no son siempre enemigas; tal y como describe Gordon, las personas somos “una espléndida colección de partes humanas y microbianas” que viven en simbiosis.

Aunque gran parte de nuestros microbios se concentra en el intestino, su influencia llega incluso al cerebro: “Se han encontrado diferencias entre las comunidades microbianas de distintos grupos de individuos que se asocian con trastornos del desarrollo neurológico como el autismo, y también enfermedades degenerativas como el Párkinson”, dice Gordon. Sin embargo, la disciplina está en pañales, y todavía son necesarios “estudios bien controlados, primero con modelos animales y posteriormente en personas, para determinar si estas diferencias en la comunidad microbiana son la causa o el efecto de las enfermedades”, aclara.

Según Gordon, “mucho trabajo se basa en trasplantar microbiota de individuos enfermos a ratones criados en condiciones estériles”. Si el roedor desarrolla síntomas de la enfermedad del donante, como por ejemplo ha ocurrido en estudios de obesidad o de depresión, los científicos tienen “prueba de causalidad”. Entonces empieza lo que Gordon describe como “un viaje difícil, para averiguar cómo interactúa la comunidad de microbios con el huésped en la producción de esa enfermedad”.

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