Mi amiga Florence Guerin es francesa o argentina o vaya usted a saber. Cerramos nuestro círculo geográfico al descubrir que veraneo en la misma pedanía murciana a la que Florence llegó tras una escapada adolescente. Florence tiene nombre de mademoiselle de salón literario proustiano. Pero Florence, que es Flor y también Flo, monta estructuras para espectáculos circenses con los que recorre medio mundo y plastina su experiencia en escritura como Olga Tokarczuk. Estuvo en Australia en los devastadores momentos de su incendio inextinguible. Allí se reencontró con Brownie, su amiga bombera. No es coña. Flor lleva sombrero de cowboy. En su último correo australiano, atormentada por la situación de las personas pobres —las que más sufren catástrofes naturales y no tan naturales—, Flor escribía: “En el centro de las ciudades caminamos por el holograma del bienestar” Me enlazaba con una noticia de 2013: “Australia matará 10.000 caballos salvajes desde helicópteros”.

Los sedientos caballos consumían, durante la sequía contumaz, el agua que debían beber especies autóctonas. Esos caballos habrán muerto porque la piedad es peligrosa y vivimos en un mundo rarísimo. Aniquilamos especímenes foráneos para la conservación de especies oriundas; cazamos lobos que matan ovejas por hambre y luego los protegemos de su extinción; disparamos a los zorros que podrían controlar la plaga de topillos. No sé cómo medir el sufrimiento animal ni encontrar el fiel de la balanza del equilibrio ecológico, pero por extrañadas razones humanitarias intervenimos con brutalidad en la naturaleza. Experimento una empatía mamífera: soporto peor la matanza de las crías de foca sobre la nieve que el espectáculo de la agonía de la mosca pegada al papel. No hay nada religioso en mi intolerancia. Es algo corporal. Devoro peces, pero siento un rechazo pequeñoburgués ante la idea de comerme el corderito del Nacimiento. Provengo de una tierra de asadores, y me culpo por escribir de estas cosas cuando tanta gente pasa hambre, pero adivino que todo está relacionado: matanza de caballos, hambrunas, incendios, mi náusea dubitativa. Hay algo demagógico en nuestra identificación con mascotas, animales de granja y animales salvajes —en sus personificaciones— o en el respeto a su idiosincrasia.

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