Rastreo síntomas de época en cosas inadvertidas. Escribo en Google “mujeres deben disimular”. Salen 4.240.000 resultados con sugerencias para simular la panza, los hombros anchos, el vientre abultado, el busto grande, los brazos gordos, las caderas estrechas. Después escribo “hombres deben disimular”. Salen 2.980.000 resultados, la mayoría de ellos con sugerencias para simular una sola cosa: la panza. Háblenme de igualdad de género. Hice esa búsqueda llevada por la idea obvia de que la mujer está moldeada para la simulación (resumida en la frase “no solo debe ser honesta, sino parecerlo” de la que se deduce, por ejemplo, que no solo debe querer que no la violen sino forcejear para evitarlo, aun cuando ponga su vida en peligro porque la vida, faltaba más, nunca está por encima del honor). Las mujeres simulan acerca de, entre otras cosas, su ciclo fértil, desde la menstruación (los dolores, el hecho mismo de estar menstruando) hasta la menopausia (los sudores, los pozos anímicos), tragando calmantes, hormonas y antidepresivos, escondiendo esas fases para no incomodar a otros con padecimientos propios. En las últimas semanas, la canciller alemana Angela Merkel tembló tres veces en público, sacudida por una trepidación formidable y misteriosa. Desde entonces se debate si la salud de un líder es algo público o privado. A mí me interesa más lo que ese temblor pone en juego: una mujer subvertida, que manifiesta el síntoma en crudo sin someterlo al bozal de la simulación. La amenaza del temblor debe ser horrorosa pero, sin embargo, ella no ha cancelado su agenda y su única precaución ha sido la de realizar algunos actos sentada. No me alegra lo que le sucede, pero me interesa profundamente esa mujer que tiembla sin dar explicaciones, que dice con el cuerpo: “Acá estoy, esto me pasa. Se lo aguantan”.

Puedes seguir EL PAÍS Opinión en Facebook, Twitter o suscribirte aquí a la Newsletter.

 » Más información en elpais.es