Enrique Blasco lo preparó todo para asesinar a su madre en la mañana del 30 de marzo de 2015. A las 9.50 de aquel día, aprovechando que su hermana no se encontraba en casa, se dirigió a la cocina y desenroscó las tuercas de la llave de paso de la caldera. Antes ya había taponado con cinta aislante cualquier punto —como la zona comprendida entre la pared y el marco de la puerta de la vivienda— por donde pudiera esfumarse el gas que estaba a punto de inundar todo el piso. «Especialmente la zona en donde se hallaba su madre, enferma de Alzheimer», relata la Sala de lo Penal del Tribunal Supremo, que acaba de confirmar su condena a nueve años de cárcel.

Según la sentencia de los magistrados, fechada el pasado 30 de mayo, Blasco quería asfixiar a su progenitora, de 74 años y dependiente.  Y, «seguramente», también acabar con su propia vida, según dictaminó la Audiencia Provincial de Madrid en junio de 2018, cuando lo consideró culpable de un delito de asesinato. Ya entonces, pese a que el hombre alegó que no se había dado cuenta del escape, los jueces señalaron como pruebas que fueron los vecinos los que tuvieron que avisar a los servicios de emergencias ante el fuerte olor —un analizador de gases de los Bomberos indicó un rango de inflamabilidad superior al 100%— y que, pese a los continuos avisos de la policía para que abriera la puerta, «lo demoró unos minutos mientras procedía a despegar la cinta [aislante] de la puerta». «Sin duda para borrar todas las pruebas que pudieran implicarle», recalca el Supremo.

«Un vecino nos dijo que tenía que haber un hombre dentro, ya que la madre estaba impedida en la cama. Al abrirnos, nos dijo que él no había olido el gas», declaró un agente durante la vista oral, donde precisó que el condenado tardó unos 10 minutos en salir. Otro policía añadió que, durante ese tiempo, escuchó un ruido «semejante a quien despega un velcro». Fue justo antes de que Blasco abriera la puerta del piso del edificio,

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