Dícese que una epidemia de soledad avanza en las sociedades modernas. Ello descansa en una metáfora organicista: la sociedad es un organismo vivo que enferma y puede perecer. La metáfora de la epidemia es potente. Supone que la soledad se extiende rápidamente, sin control, que es contagiosa y debe ser contenida. Frente a la privacidad, concepto propio de la cultura narcisista de los ochenta y noventa del siglo XX, que alude a un apartamiento voluntario de la compañía de los otros, y a un espacio de creación y de libertad frente al exterior, la soledad como fenómeno social irrumpe en tiempos de crisis. Si la privacidad es —todavía— afín al single y su potencial como nicho de mercado, la soledad es propia de un individuo infeliz.

Considerar a la soledad como enfermedad que requiere tratamiento supone un paso más en el proceso de civilización e individualización, que van de consuno. Ambos son propios de la modernidad y construyen muros invisibles entre los hombres. Con el control de los impulsos y la espontaneidad, hombres y mujeres se separan cada vez más. Sobre todo en las metrópolis, contextos de la soledad contemporánea. Separados van en los autobuses —los solitarios eligen los asientos de fuera—, en los aviones —donde los extraños ya no se hablan, como hasta hace poco—, pertrechados de una tecnología individualizadora que protege del roce social. “Cuando se enciende el móvil se apaga la calle”, sentenciaba Bauman. Por si fuera poco, el avance de lo políticamente correcto instaura nuevos temores y reglas a la cercanía: el contacto físico es cada vez más peligroso.

Otras tribunas de la autora

Las causas de la creciente soledad son estructurales: la mutación de la familia y el matrimonio, antaño redes de seguridad; la desinstitucionalización del trabajo como red de encuentros y de identidad social, y el triunfo de la individualización. Estados Unidos, que idolatra a la familia, es a la vez la cuna del culto a la autosuficiencia que propaga el ethos psicoterapéutico. Y es aquí donde más visible se hace la soledad, que también erosiona Europa y hasta las otrora culturas colectivistas,

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