La situación de pandemia que vive España y el resto del mundo con el nuevo coronavirus ha impactado fuertemente en nuestra sociedad. Ahora emerge el valor de la sanidad universal y de sus profesionales.

España posee uno de los mejores sistemas sanitarios del mundo, pero durante los últimos mandatos políticos las medidas económicas de austeridad lo han desposeído de muchos recursos y programas públicos cuya ejecución se ha trasladado al cuidado informal.

La no adecuación del ratio de enfermeras y enfermeros por habitante es uno de los problemas que ya saturaban la sanidad pública antes de la pandemia. La media de la OCDE es de ocho profesionales de la enfermería por cada mil habitantes, mientras que en España es de cinco por cada mil habitantes. Ahora esta problemática se ha agravado.

El papel de los cuidadores informales

La necesidad de cuidados informales se ha incrementado no solo por la edad de los pacientes y los diagnósticos (neoplasias, demencias y otras enfermedades que crean dependencia), sino también por el contexto político, económico y social.

Afortunadamente, España posee una masa de cuidadoras y cuidadores informales experimentados y autodidactas que han asumido durante estos últimos tiempos las carencias debidas a los recortes en sanidad. Su buena voluntad y compromiso se une al apoyo que reciben de los profesionales de la enfermería.

Un número importante de estos cuidadores son mujeres de mediana edad con poca formación y una percepción de la salud física y emocional incompleta. Tienen carencias en el conocimiento de la causa de las enfermedades y de los tratamientos que se aplican a sus allegados.

A pesar de lo anterior, los cuidados que prestan estas personas son eficaces y adecuados. En muchas ocasiones, evitan reingresos y recaídas y, por tanto, aligeran al sistema público de cargas de trabajo que si hubieran de ser atendidas de forma ordinaria saturarían el sistema.

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