La industria del tabaco es cautelosa cuando habla de los cigarrillos electrónicos. Aunque impulsa su uso como más seguro que el de los cigarrillos de combustión, cuando se refiere a su menor riesgo suele añadir la palabra “potencial”. Porque no sabe a ciencia cierta si realmente es un mal menor a largo plazo. Nadie lo sabe. La última gran revisión de la literatura científica al respecto se ha publicado esta semana en The British Medical Journal (BMJ) y la conclusión es que, con el conocimiento actual, no es posible determinar si son menos dañinos que los cigarros normales.

No ha pasado el suficiente tiempo desde que comenzaron a usarse ni se han realizado los estudios necesarios para establecer sus efectos a largo plazo. Para que eso suceda habrá que esperar hasta mediados de este siglo, según los investigadores. Han llegado a sus conclusiones tras cribar más de 5.000 artículos publicados sobre el uso del cigarrillo electrónico y sus efectos en el sistema respiratorio desde 1980 hasta el pasado junio, tanto en humanos como en animales e in vitro.

A algunos médicos la historia del cigarrillo electrónico les recuerda a lo que sucedió con los de combustión en los años cincuenta y sesenta del siglo XX. Se empezó a ver daños que fueron sistemáticamente negados y minimizados por la industria hasta que la evidencia fue tan contundente que no hubo forma de disimularlos. “Los perjuicios del tabaco no suelen aparecer hasta unos 20 años después de comenzar a fumar. Apenas llevamos 10 de uso de este nuevo método, así que no sabemos con qué nos encontraremos”, asegura Robert Tarran, uno de los autores del estudio, en una entrevista telefónica. 

Como dice el análisis, el cigarro electrónico tiene similitudes y diferencias con el tradicional. Aunque comparten algunas sustancias, otras son diferentes y el método de inhalación cambia, con lo que los perjuicios pueden ser distintos. Sus defensores argumentan que tienen un 95% menos de tóxicos y que puede ser un buen método para dejar de fumar.

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