Ahora mismo hay en España dos millones de personas mayores de 65 años que cuando encienden la televisión o escuchan la radio sólo reciben mensajes apocalípticos que, a menos que agarren el teléfono, no pueden comentar con nadie porque viven sin compañía. La buena noticia es que ese aislamiento obligado está siendo su mejor aliado para protegerles de cualquier contagio. Ese ‘distanciamiento’ forzoso de la sociedad minimiza los riesgos para ellos, que son la población más vulnerable frente al coronavirus y la de más letalidad. La otra cara de la moneda es la gestión en soledad del miedo, el nerviosismo, la angustia que puede llegar a provocar el incesante bombardeo de informaciones sobre infectados, muertos y drásticas medidas para frenar al COVID-19. En el Teléfono de la Esperanza, que atiende casi 120.000 llamadas anuales de personas que viven solas, ven cómo estos días hay gente que se pone en contacto con sus voluntarios para preguntarles, alarmados, qué está pasando ahí afuera donde lo que les llega son imágenes de calles sin gente, estanterías vacías y colas en los supermercados. Pilar Martínez, psicóloga sanitaria y coordinadora en Madrid de esta organización de ayuda, dice que si detectan que al otro lado del teléfono hay un alto nivel de ansiedad y alarma, tratan de rebajarlo trabajando las emociones. «A veces detrás de esa llamada por el coronavirus subyacen otras preocupaciones, y eso es sólo el detonante», cuenta. Esta reclusión puede empeorar por la ausencia de visitas de familiares y amigos, confinados, también ellos ahora, en sus hogares por recomendación de las autoridades. «Por eso es el momento de usar más el teléfono para conectarles al exterior o de enviarles por ‘WhatsApp’ el dibujo que les ha hecho un nieto para que se sientan más acompañados», apunta Martínez.

La psicóloga María Jesús Álava Reyes, directora del Centro de Psicología Álava Reyes, cree que este colectivo de personas mayores que viven solas puede ser el que peor lo está pasando en los momentos actuales,

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