Entre cactus de distintos verdes, tierra color mostaza, caminos de desierto sin huellas de coches que marquen las sendas, más cactus, veredas imposibles, sol implacable, horas sin agua y más kilómetros de tierra color mostaza encontró Elida Marbelis a sus familiares colombianos y se quedó con ellos. Dejó Venezuela hace dos años y medio y, tras pagar un costoso y peligroso transporte para ella y su hija, atravesó el país por la frontera de San Francisco hasta La Guajira, en Colombia, donde ya estaba su madre. “En Venezuela ya no era posible conseguir alimentos, era todo carísimo. Y aquí la familia me tendió la mano, fueron muy solidarios”, dice agradecida Marbelis a sus 25 años.

Ahora Marbelis vive en la comunidad de Guayabal, habitada por 26 familias indígenas wayúus que, como otras comunidades de la zona, poseen documentación que les permite moverse entre sus territorios con facilidad. “Ahora vivimos aquí”, afirma, ataviada con un sombrero tradicional que le da algo de sombra a la cara en esta desfavorecida región del desierto y la sabana colombiana.

Una niña come arroz con chivo en la comunidad indígena wayúu del Guayabal, en Colombia.Una niña come arroz con chivo en la comunidad indígena wayúu del Guayabal, en Colombia. Á. LUCAS

Su vida cotidiana pasa por levantarse temprano, ir a trabajar al huerto, llevar a sus dos hijos a clase, preparar su almuerzo y revisar otra vez el huerto. Y así, cada día. Como Marbelis, más de cuatro millones de personas han abandonado Venezuela y alrededor de 1,3 millones se han desplazado hasta Colombia, parte de ellos por los más de 150 pasos de trochas abiertas en la frontera. Entre los indígenas wayúus, que representan el 38,4% de la población de La Guajira (unas 380.000 personas), los que son de las mismas familias o de las mismas castas se acogen entre ellos. «La migración ha complicado la situación de los wayúu.

La presión sobre los escasos recursos se intensifica por el creciente número de comunidades de desplazados, que están unidas por lazos de solidaridad e identidad étnica común», dice Carlo Scaramella, director en Colombia del Programa Mundial de Alimentos (PMA).

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