Te enamoraste de su diseño, te sedujo la idea de que hay que estar hidratado para rendir a tope, como los deportistas, y, aunque jamás vayas a admitirlo, te convenció que todo el mundo en la oficina tenía una junto a su teclado. Ahora sientes un vacío si no tienes a mano tu botella de agua reutilizable, pero empiezas a hacerte preguntas. ¿Y si el plástico de la cantimplora tiene bisfenol A? ¿Se oxida el interior si es de metal? ¿Cada cuánto debería limpiarla? Y la más importante: ¿hay otra que sea mejor para la salud?

El dilema de volver al vidrio de toda la vida

Una cosa es recurrir a la cantimplora para una excursión y otra muy distinta tenerla en la mesa de la oficina cada día (y macerando los fines de semana). El uso intensivo, la mala memoria y el hecho de que sean recipientes generalmente opacos puede hacer que la higiene acabe dejando que desear; hay botellas que no conocen el tacto del jabón. Si tu prioridad es mantener la máxima limpieza en el interior, la mejor opción es el vidrio de toda la vida. Este material no interactúa con el agua, aísla los olores y la humedad, y, al ser transparente, te permite ver cualquier atisbo de suciedad. Los expertos dicen que estas botellas son las más seguras, una ventaja a la que hay que añadir que se pueden reutilizar infinitas veces sin alterar su composición y que son reciclables -ahora bien, su producción requiere más energía que la de una botella de plástico, así que tampoco está claro que el vidrio sea más respetuoso con el medio ambiente.

El problema de ser tan escrupuloso es que cuando las botellas de vidrio están destinadas a contener siempre agua es mejor que no sean transparentes, según aconseja el catedrático de Ciencia de Materiales de la Universidad Politécnica de Madrid José Ignacio Pastor. «El agua lleva microorganismos que crecen con la luz. Si todos los días no se va a vaciar y está expuesta al sol,

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