En los años 70, el investigador japonés Akira Endo tuvo una idea que salvó muchas vidas y se convirtió en un negocio descomunal. Este experto en hongos cultivó miles de especies en busca de una sustancia para bloquear la producción de colesterol y reducir los problemas cardiovasculares que provoca. La encontró, y en 1987, se aprobó en EE UU la lovastatina, la primera estatina para uso humano.

Desde entonces, este tipo de medicamentos ha mostrado su eficacia para prevenir ataques al corazón y otras complicaciones cardiacas en personas que ya habían sufrido una o que tenían un elevado riesgo de padecerla. En 2017, una revisión de estudios publicada en la revista científica The Lancet estimaba que estos tratamientos evitaban alrededor de 80.000 infartos e ictus todos los años. El éxito de estos fármacos ha sido tal que las instituciones dedicadas a elaborar las guías sobre quién debe tomarlos han ido ampliando los criterios por los que alguien puede beneficiarse de ellos, bajando los niveles de colesterol y reduciendo el riesgo de sufrir una enfermedad cardiovascular en el futuro. Un cálculo del investigador de la Universidad de Stanford (EE UU) John Ioannidis estimaba que según los criterios elaborados por el Colegio Estadounidense de Cardiología y la Asociación Estadounidense del Corazón de 2013 habría mil millones de personas en todo el mundo a las que se podría recetar estatinas. En España, la Agencia Española del Medicamento registró un incremento del uso de estatinas del 442% entre 2000 y 2012.

Algunos científicos comparan con los antivacunas a quienes cuestionan los beneficios de las estatinas

Millones de personas que hasta hace pocos años se consideraban sanas pueden ahora escuchar a su médico que deben tomar un fármaco para el resto de su vida si quieren reducir la probabilidad de que su corazón les dé un disgusto. Estas recomendaciones, respaldadas por muchos de los cardiólogos más prestigiosos del mundo, han encontrado la oposición, en ocasiones muy beligerante, de algunos de sus colegas. Según los críticos, aunque efectos secundarios como los dolores musculares y un ligero aumento del riesgo de padecer diabetes pueden ser aceptables para alguien con un riesgo alto de sufrir un ataque al corazón no lo serían para personas sanas.

 » Más información en elpais.es