“1. Usted tendrá libre movimiento por la planta, excepto por las zonas de uso del personal sanitario.”

Moisés bajó a los judíos una tabla con diez mandamientos y a nosotros el director del Gómez Ulla nos ha entregado un folio de doce puntos para regular nuestra estancia aquí. Este plan desarrollado sobre la marcha –también para el equipo médico es una situación sin precedentes– se combina con la enorme amabilidad con la que nos tratan. Hoy es el día segundo de las dos semanas que los 21 españoles repatriados desde Wuhan pasaremos en cuarentena, en espera de que desarrollemos, o no, los síntomas del coronavirus 2019-nCoV.

Amanece y desde la ventana se ve Carabanchel. El barrio de Manolito Gafotas se ofrece como una constante reafirmación para aquellos que, nariz pegada al vidrio, no acaban de entender del todo dónde están ni cómo han llegado aquí. Yo empiezo el día haciendo la cama, porque mi madre me enseñó que ciertas cosas, como los diarios, debe hacerlas uno mismo. Pero en un hospital militar todo tiene su procedimiento. Esta mañana, por ejemplo, cometí el error de colocar una manta sobre la sábana y al volver a la habitación un rato después me di cuenta de que los sanitarios han invertido la disposición. Encima estaba de nuevo la sábana, en la que hay impreso un escudo de España y las siglas H.C.D.: Hospital Central de la Defensa. Un gesto que, por otro lado, me ha parecido espléndido, pues tan aficionado soy al orden como a la ley.

A media mañana y como por arte de magia una de las habitaciones vacías se ha transformado en un gimnasio, algo que muchos de los internos echaban de menos. Han obrado el milagro un par de sillas, unas mantas en el suelo y un programa de crossfit adaptado por la hermana de uno de ellos. De los altavoces sale música mientras se ejercitan en turnos de a dos, dado el reducido tamaño de la habitación. Les pregunto a los deportistas si les importa que les saque una foto.

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