Cuando en el cuerpo de los ratones de laboratorio se introducen heces de seres humanos con depresión, los ratones se deprimen también debido, dicen, a las bacterias que tienen o dejan de tener esas heces. Hay, sin embargo, deposiciones que curan, de ahí el progresivo éxito de los trasplantes de caca. A la mierda se le ha prestado poca atención a lo largo de los siglos. Cada día se le encuentran nuevas utilidades. Los CDR, por ejemplo, atacan con excrementos las instituciones del Estado, como queriendo decir lo que dicen, pues resulta imposible hallar doble sentido a una literalidad de este calibre. Manca finezza, que diría Andreotti. En los años treinta del pasado siglo, gracias a Freud y los surrealistas, lo fecal adquirió un gran prestigio como consecuencia de asociarlo con el oro. Dalí anduvo revolcándose en este preciado metal toda la vida, absolutamente conocedor de aquello en lo que en realidad se revolcaba.

Siempre he detestado el humor escatológico, creo que equivocadamente a la vista de las últimas noticias. Las modas gastronómicas van y vienen, se eligen, pero nadie controla lo que caga. De ahí el interés por los coprolitos, gracias a cuya información se podría escribir la verdadera historia de la humanidad. Cuando logremos alcanzar en nosotros, con la simple administración de tres cucharadas de heces liofilizadas al día, el estado de ánimo que se alcanza ahora con los antidepresivos, los psicofármacos, que tantos efectos secundarios provocan, desaparecerán. Después vendrán los restaurantes de caca y con ello uniremos al fin ese juego de contrarios representado por el cuarto de baño y la cocina. O el culo y la boca. Recuerden aquella película de Buñuel donde las sillas de los comensales eran retretes.

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