Desde que la mascarilla entró en nuestras vidas han cambiado muchas cosas. En nuestros hábitos, en nuestra estética y en nuestra imagen. No nos damos besos, no nos tocamos, ocultamos nuestra expresión bajo un antifaz. Y las señas de identidad han cambiado, desplazándose de una zona de la cara a otra.

Antes, la sonrisa era nuestro signo más empático, lo que más nos acercaba a las personas. Siempre se ha hablado del poder de la sonrisa: para conquistar, para vender, o para romper el hielo. Y una boca bonita, acompañada de un óvalo y unos pómulos hermosos, podían compensar unos ojos aunque no fueran especialmente gratos.

Hoy en día todo esto ha desaparecido. Y nuestra mirada se concentra únicamente en el tercio superior de la cara. Lo que produce ciertas sorpresas, cuando la otra persona se quita la mascarilla.

En general todos estamos un poco más guapos con la máscara, aunque no se nos reconozca. Lo que tapamos es muchas veces un plus de la persona. Así que básicamente somos unos ojos andantes.

Una mirada cuya expresión también cambia porque, sobre todo en pieles finas, el borde de la máscara presiona y provoca presiones en la piel que deforman el perfil del ojo. Dándole una forma que no es natural.

El roce continuo del borde del antifaz produce además una cierta irritación y sequedad que hace que la zona se deshidrate,

 » Leer más