La forma en la que protegemos la salud de las personas nos define como sociedad. El esfuerzo colectivo que invertimos en la lucha contra las enfermedades es una señal transparente e inequívoca del nivel de respeto por la vida humana en una sociedad como la nuestra, cuya aspiración siempre debe ser un mayor nivel de justicia y de igualdad. También ante las tribulaciones de la vida.

Nuestro sistema sanitario fue construido sobre los pilares del conocimiento y del compromiso social. Nuestra joven democracia lo levantó con mucho esfuerzo, gracias a la energía que otorgan las grandes ideas de progreso. Este impulso transformador dotó de una gran inercia al sistema, permitiéndole hacer frente a las fuerzas de retroceso que lo han puesto en peligro posteriormente, en especial a raíz de la gran crisis económica vivida a partir de 2008. Utilizando una analogía de física elemental, cuando un objeto de masa enorme se mueve a mucha velocidad es necesario aplicar una energía descomunal para detenerlo. Y, en efecto, no han conseguido pararlo; por eso nuestro Sistema Nacional de Salud sigue siendo uno de los mejores del mundo.

Sin embargo, los riesgos son reales; los fundamentos que hicieron excelente a nuestra sanidad se han descuidado y cuestionado. Uno de estos elementos esenciales fue el respeto por el conocimiento en su dimensión más amplia y ambiciosa. Casi dos décadas después de que culminase el proceso de transferencias sanitarias a las comunidades autónomas, resulta doloroso comprobar cómo la falta de inversión en investigación y la escasa consideración profesional de la ciencia por parte de los responsables de los distintos sistemas de salud han debilitado la generación y transmisión de conocimiento y han golpeado con ímpetu los esfuerzos previamente realizados para incorporar investigadores en los hospitales de forma estable y sostenible. Las carreras científicas en el ámbito sanitario se han precarizado hasta situarlas frente al abismo de la desaparición. La protección del derecho y el deber que tienen los profesionales de incorporar a su práctica clínica el conocimiento generado en el ámbito académico se ha banalizado y mercantilizado. Globalmente, el ejercicio de la Medicina y otras disciplinas sanitarias se ha empobrecido y encorsetado en esquemas simplistas de provisión de servicios,

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