Hay una frase que siempre termina alcanzando, de una forma u otra, a una mujer a la que se le ha practicado una cesárea: “Lo importante es que el bebé está bien”. Y, claro, lo es. Sin embargo, son menos las veces en las que alguien se detiene a pensar en cómo se ha vivido ese proceso o los daños colaterales –físicos y emocionales– que puede ocasionar esta intervención para la madre. Hoy sabemos más acerca de la experiencia corporal del parto –y de sus consecuencias– gracias a los generosos relatos de las mujeres que han pasado por ello. Relatos que encontramos en la literatura. En Sigo aquí (Libros del Asteroide), la escritora irlandesa Maggie O’Farrell narra cómo estuvo a punto de morir mientras le practicaban una cesárea de urgencia y cómo el shock la acompañó varios meses después. «¿Qué tal el parto?, me preguntan con interés, con una mirada amable, y no sé qué decirles». En Las madres no (Tránsito editorial), de Katixa Agirre, Alice sueña que se le abre la cicatriz de la cesárea: “Lo primero que sintió es que algo la arañaba por dentro, un leve cosquilleo que se fue tornando en escozor insistente”. También integra en la historia los detalles de una intervención de este tipo y sus efectos. La escritora Laura Freixas habla en A mí no me iba a pasar (Ediciones B) de su propia experiencia: “Me abren, me rajan, me desatornillan. Hay que forzar la ostra para apoderarse de la perla. Por eso me habrán puesto el trapo verde entre los ojos y la barriga, para que no vea cómo me sierran, lo noto perfectamente, sí, con un serrucho”.

También encontramos relatos en blogs, en medios y en redes sociales. Ada Colau, alcaldesa de Barcelona, publicaba el pasado mes de diciembre en Facebook un post a través del cual daba visibilidad al problema que arrastraba desde el nacimiento de su hijo hace dos años y medio. “Tras mi cesárea, el equipo médico estaba satisfecho con la operación y el buen estado de salud del bebé.

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