MELISA TUYA

Alimentos y objetos con peligro de atragantamiento

Los atragantamientos en bebés y niños pequeños es una de las causas de muerte accidental más comunes en la infancia, la tercera, aunque es verdad que a mucha distancia, por detrás de los ahogamientos y los accidentes de tráfico.

Cortar los alimentos en trozos lo suficientemente pequeños, enseñar a los niños a masticar bien la comida, evitar que coman mientras corren, saltan o juegan y evitar que manipulen juguetes u objetos con piezas pequeñas o de los que se puedan desprender piezas pequeñas, es vital.

¿Cuáles son los alimentos más peligrosos? Según un estudio elaborado en 2013 estudiando los casos no fatales de atragantamiento de 111.914 niños de hasta 14 años producidos en EE UU entre 2001 y 2009 publicado en Pediatrics, los caramelos duros son los más peligrosos, responsables del 15,5% de los accidentes  registrados en ese país. Y detrás de ellos van otras golosinas con otras consistencias (12,8%).

El siguiente más peligroso es la carne (la normal, no la del perrito caliente). La carne están tras el 12,2% de los casos registrados (en España el jamón curado y otros embutidos como el lomo cuentan como carne potencialmente peligrosa) y después irían los huesos y las espinas con el 12%.

Caramelos, carne, huesos y espinas suman más de la mitad de todos los casos de atragantamientos.

La típica salchicha de perrito caliente que abundan en los menús infantiles, para horror de los nutricionistas que abogan por una dieta sana desde la infancia, está tras el 2,6% de los casos. El problema es que cuando el atragantamiento es con una salchicha es más frecuente que sea un caso grave que requiere hospitalización. Su forma circular y su textura que no se deshace fácilmente son las culpables de su peligrosidad. Se recomienda cortarlas no solo en rodajas, sino también a lo largo.

También hay más riesgo de acabar en el hospital con los frutos secos, que comparten tamaño, forma e imposibilidad para deshacerse con la saliva con las salchichas. Los frutos secos son muy saludables, pero conviene esperar hasta pasados los cinco años, que el niño pueda masticarlos con presteza.

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