Argentina fue, alguna vez, una gran economía, la quinta del mundo. A principios del siglo pasado, su dirigencia pensaba todo a lo grande y Buenos Aires estaba destinada a ser la capital de una potencia, dispuesta a reinar incluso por encima de EE UU en el nuevo mundo. La ciudad tuvo así el primer tren subterráneo de la región, adelantó a Nueva York con un sistema público de agua filtrada y su red de cloacas superaba en 1915 a París. Pero la infraestructura de Buenos Aires se ha quedado en el tiempo, lastrada por los fracasos de un país que quiso y no pudo. Su red cloacal es heredera de aquella que se construyó hace 100 años tras una devastadora epidemia de fiebre amarilla. Y está colapsada. Hoy, el 32% de la población que vive en su extrarradio no tiene desagües. Una gran obra intenta ahora recuperar el tiempo perdido.

“Esta es la obra cloacal más importante en casi 75 años. La última red que se hizo data de 1945”, dice José Luis Inglese, presidente de Aysa, la empresa pública de agua potable y saneamiento de Buenos Aires. Aysa abastece a toda la capital y 26 municipios del conurbano. Viven allí 14 millones de personas, cuatro de las cuales tiene sus casas sobre lo que se conoce como la cuenca Matanza – Riachuelo, un sistema hídrico natural que desemboca en el Río de la Plata. “Desde hace 200 años, el hombre no hace más que hacerle daño a la cuenca”, dice la ingeniera Marcela Álvarez, a cargo de las obras.

En 2008, un grupo de familias de Villa Inflamable, un asentamiento muy pobre, exigió en los tribunales que el Estado limpie el Riachuelo, un cauce negro y sin vida que alguna vez fue considerado uno de los cinco ríos más contaminados del mundo. El expediente avanzó hasta que la Corte Suprema condenó a 40 empresas y a los gobiernos nacional y provincial a emprender cuanto antes las obras de limpieza. Parte del pago de esa deuda con los vecinos de Buenos Aires es la obra cloacal de Aysa.

 » Más información en elpais.es