Si la meta es recuperar la economía, además de controlar la pandemia, quizás la edad, y no solo la geografía, debería haber sido un factor a tomar en cuenta en el plan de desescalada que acaba de comenzar.

Paula y Rubén tienen 32 y 35 años respectivamente y son padres de dos niños de 6 y 4 años. Ninguno de los cuatro tiene ninguna enfermedad conocida. Paula teletrabaja en una empresa de informática, pero Rubén ha sufrido un ERTE en el restaurante en el que trabajaba.

Los padres de Rubén, Josefa y Ramón, de 82 y 85 años, tienen varios hijos y nietos y viven solos, aunque en el mismo barrio que su hijo. Josefa tiene diabetes y Ramón una insuficiencia respiratoria grave. Desde que se decretó el estado de alarma no han salido de casa ni han tenido contacto físico con nadie, incluso tras la relajación de las medidas.

Sus hijos les hacen la compra por internet en un supermercado y ellos por teléfono a una frutería cercana. Les dejan los pedidos en la puerta de casa y luego ellos la desinfectan con cuidado. Un vecino les saca la basura.

¿Son tan similares las circunstancias de ambas familias como para que unos y otros deban tener un idéntico calendario de desconfinamiento? ¿Deben Paula, Rubén y sus hijos mantenerse confinados, sin consumir ni producir lo suficiente, pese a su bajo riesgo de hospitalización y a las malas previsiones económicas para España en los dos próximos años?

Todos sabemos que este es un tema sensible, que debe ser tratado con cuidado y que tiene implicaciones sociales, éticas y jurídicas, además de sanitarias y económicas, pero quizás valga la pena debatirlo.

Las estadísticas de la pandemia

Según datos del Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades de Estados Unidos (CDC), la probabilidad de hospitalización por la COVID-19 aumenta claramente con la edad.

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