A Evelia Mutul le tiemblan las manos cuando habla. Es la primera vez que la entrevistan y al intentar poner en palabras los hechos que la llevaron a prisión se le quiebra la voz. Esta mujer maya de 38 años lleva casi una década encarcelada después de que la incriminaran por homicidio. El 19 de julio de 2009, cuando salía de misa junto a su familia, se cayó en la puerta de la iglesia. Una masiva pérdida de sangre hizo que su madre y su hermano la llevaran a un centro de salud, donde terminó pariendo un bebé que nació vivo, pero a la media hora murió. Evelia asegura que, hasta ese día, desconocía que llevaba siete meses de gestación. La Fiscalía la acusó de haber matado a su hijo y la sentenció a 10 años de prisión.

“Me decían: ‘Tú lo mataste’, pero yo ni sabía que estaba embarazada. Yo me sentía bien, por eso no había ido al médico”, explica Evelia mientras asoma la cabeza entre los barrotes del centro penitenciario de Tekax, a unos 20 kilómetros de su pueblo natal, en el Estado de Yucatán, en el sureste mexicano. Tixméhuac, el lugar donde vivió toda su vida, es un municipio de 2.400 habitantes perdido en medio de la selva cerca de la frontera con Campeche y Quintana Roo, donde las instituciones del Estado casi no llegan. Allí vive, además de su madre y sus seis hermanos, el padre de su bebé. Un hombre que, según cuenta, la violentó y la obligó a tener relaciones sexuales reiteradas veces y al que denunció ante la Justicia sin que llegara a nada. “Me decía que no le dijera nada a mi familia o los iba a matar”, relata con un español muy sencillo.

Evelia aprendió a hablar castellano en la cárcel, a través de sus compañeras. Antes, solo sabía maya. Durante su proceso judicial no tuvo un traductor, algo obligatorio bajo la ley mexicana. No fue hasta mucho tiempo después que entendió por qué la habían sentenciado. El día de los hechos,

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