En el vestíbulo del hospital de Fuenlabrada hay una consulta peculiar. Tiene el mismo instrumental que el resto: una camilla, un gotero, fonendoscopios, agujas y un tensiómetro, pero quienes la visitan, menores con discapacidad intelectual y problemas de comunicación, van a aprender. Este centro ha puesto en marcha hace un mes, gracias a tres enfermeras, una escuela donde se enseña cómo se toma la tensión o cómo se hace una analítica.
Los chicos, con la bata puesta, se hacen pasar por médicos para tratar a sus compañeros. Y todo para que pierdan el miedo al hospital, un miedo que suele derivar en rabietas que dinamitan el temple de padres y doctores.
“No llevé a mi hijo a la revisión de los 14 años, porque sabía que no era capaz de ir a la consulta; el trauma iba a ser mayor”, lamenta Gema Barbolla, madre de Andrés, un muchacho de 16 años con Trastorno del Espectro Autista (TEA). Esta madrileña conoce bien la angustia de estos chicos cuando se enfrentan a las batas blancas. Cuenta que a su hijo le tuvieron que sujetar entre 10 para realizarle una analítica.
Como Andrés, los chicos que visitan esta escuela sufren desórdenes de comportamiento. Algunos tienen síndrome de Down, otros padecen TEA y los hay que sufren el síndrome de Williams, aunque todos tienen en común un trastorno sociocomunicativo. “Como no tienen un lenguaje verbal, reaccionan con chillidos cuando se sienten invadidos”, explica Sara Mas, logopeda que trabaja con algunos de los chicos en el centro de educación especial Sor Juan Inés de la Cruz, uno de los dos que participan en el proyecto. Esta profesional aclara que estos chavales están sometidos desde que nacen a muchas pruebas. “El problema es que no todos los profesionales respetan sus sensaciones, que están alteradas por su discapacidad y les hace más sensibles al entorno”, cuenta.
Suavizar el impacto con las visitas al hospital es lo que se persigue, aunque aún está en fase de pruebas. Por eso, las especialistas del centro Juan XXIII, el otro colegio que participa,