Se presta demasiada atención a los así llamados recuerdos recuperados, recuerdos de experiencias tan traumáticas que se reprimen de manera defensiva y que luego, con la terapia, se liberan de la represión. Encontramos formas especialmente tenebrosas y fantásticas que incluyen descripciones de rituales satánicos acompañados a menudo de prácticas sexuales coercitivas. Dichas acusaciones han arruinado vidas y familias. Pero se ha demostrado que esas descripciones, al menos en algunos casos, son insinuadas o implantadas por otros. Esta frecuente combinación de un testigo influenciable (a menudo un niño) y una figura autoritaria (quizá un terapeuta, un maestro, un asistente social o un investigador) puede ser especialmente poderosa.

Desde la Inquisición y los juicios contra las brujas de Salem, pasando por los juicios soviéticos de la década de 1930 y Abu Ghraib, se han utilizado variedades de “interrogatorio extremo”, o tortura física y mental sin disimulo para obtener “confesiones” religiosas o políticas. Aunque estos interrogatorios en principio se conciban para obtener información, sus intenciones más profundas podrían ser lavar el cerebro, provocar un auténtico cambio de opinión, para llenarlo con recuerdos implantados autoinculpatorios, algo en lo que podrían dar muy buenos resultados. (En este sentido, no hay parábola más relevante que 1984, de Orwell, donde al final Winston, sometido a una presión insoportable, acaba cediendo, traiciona a Julia, se traiciona a sí mismo y a sus ideales, traiciona sus recuerdos y su criterio y acaba adorando al Gran Hermano).

Pero a lo mejor no hace falta una sugestión enorme o coercitiva para influir en los recuerdos de una persona. Todos sabemos que el testimonio de los testigos está sometido a la sugestión y al error, a menudo con funestos resultados para las personas que han sido erróneamente acusadas. Con las pruebas de ADN, ahora es posible obtener en muchos casos una corroboración o refutación objetiva de dichos testimonios, y [el investigador] Schacter ha observado que “un análisis reciente de 40 casos en los que la prueba de ADN estableció la inocencia de individuos injustamente encarcelados reveló que en 36 de ellos (el 90%) los testigos se habían equivocado al identificarlos”.

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