Incluso en el Día Mundial del Agua, es difícil que ocupe portadas, o que sea tema de discusión en los debates políticos y en las barras de los bares. Pero los problemas relacionados con ella —el acceso, su calidad, y las consecuencias de su falta— son temas globales que más urge resolver todavía en este siglo. Más de 2.100 millones de personas en el mundo no tienen todavía agua en sus casas, lo que ocurre especialmente en las zonas rurales; y son las niñas y las mujeres quienes cargan con las peores consecuencias: es a ellas a quienes se les asigna la tarea de buscarla y acarrearla para la familia. Cada día mueren 1.000 niñas y niños en el mundo por culpa del agua en mal estado, la falta de saneamiento o de higiene. Las enfermedades causadas por la falta de agua de calidad provocan más de 840.000 muertes cada año.

El agua potable, el saneamiento y la higiene son básicos para la vida de una persona, de una comunidad. Tener acceso a ellos es un derecho esencial para la vida, para la salud, para lograr sociedades más justas y generar oportunidades para todas las personas. Solo con ellos es posible construir un futuro sin pobreza.

En torno al problema urgente del agua, existen compromisos globales que es imprescindible cumplir. Entre los Objetivos de Desarrollo Sostenible hay una meta precisa: garantizar la disponibilidad y la gestión sostenible del agua y el saneamiento para todas las personas de aquí a 2030.

El reparto global del agua es, como tantos otros, un mapa que muestra una enorme desigualdad. La paradoja es que el uso del agua sigue aumentando de forma regular, especialmente en los países en desarrollo y las economías emergentes. Aún en estos países, la cantidad que se consume por persona es mucho más baja que en los ricos. Pero el aumento de la demanda, sumada a los efectos perversos del cambio climático, va llevando a la humanidad hacia escenarios de escasez cada vez más complicados y difíciles de gestionar.

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