Una incierta vuelta a la normalidad. Este sería el telón de fondo de una sociedad, la nuestra, inmersa en una crisis sanitaria y social producida por la COVID-19. Su paradójica peculiaridad es que, por primera vez, estamos todos, el mundo entero, afectados de un mismo modo con un punto de partida similar desde el que salir adelante.

Parece que después de esto seremos distintos, tendremos que repensar cómo queremos ser, cómo vamos a envejecer y entender que las normas sociales quizá habrán cambiado para siempre. Viajaremos menos, teletrabajaremos más y usaremos menos el automóvil. Un alivio para el planeta, pero ¿cómo cambiará realmente nuestras vidas? ¿Estamos realmente en la antesala de la desglobalización? ¿Cuáles, de todas estas circunstancias, han venido aquí para quedarse?

Teletrabajo e hijos en casa

La debatida cuestión hasta hace poco de la armonización de horarios y la tensión trabajo-familia han parecido esfumarse o por lo menos cambiar de cariz. El estrés por el exceso de trabajo y las diferencias de género se plantean ahora en otro escenario: ¿cómo afrontar una estrecha convivencia en viviendas no habilitadas para el teletrabajo y con hijos pequeños?

Según un informe realizado al inicio del confinamiento y publicado un mes después, para los españoles ha sido muy difícil teletrabajar con niños en casa, viviendo de un modo muy acentuado la presión sobre objetivos y resultados.

Aumento de problemas de salud mental

Además, se prevé un aumento de los problemas de salud mental a raíz de esta situación, así como de la violencia de género y de la pobreza. Un panorama que, sin embargo, arroja luces y sombras como la emergencia de una solidaridad espontánea y masiva que nos hace sentirnos seguros y orgullosos como sociedad.

La distancia social y el aislamiento han sido compatibles con esa fuerza colectiva, más decidida que la mera compasión o algunas palabras de los políticos.

 » Leer más