Todas las personas estudian unas nociones básicas de anatomía en su paso por la educación obligatoria; así, conocemos la mayoría de nuestros órganos. Sin embargo, hay algunas partes de las que, por diversos motivos, no se habla en estos niveles, aunque sean fundamentales para muchos procesos básicos vitales. Uno de estos órganos es el timo.
La etimología del término ‘timo’, que proviene del griego ‘thymos’ (rabia, ira), además de resultar muy poética, nos da una vaga pista sobre su ubicación. Al parecer, los fisiólogos de la antigüedad entendían que estas emociones se sienten en el centro del pecho, que es exactamente donde encontramos el timo.
Se trata de una víscera plana, de un tamaño que oscila entre los 27 gramos que puede alcanzar durante la pubertad y los cerca de seis que pesa hacia los 75 años de edad. Su color también varía entre un gris rosáceo en la infancia y amarillento en la adultez.
Concretamente, se sitúa tras el esternón y frente al corazón (de hecho, se apoya en el pericardio, la membrana que lo recubre). Consta de dos lóbulos laterales, compuestos a su vez de otros lóbulos unidos por tejido alveolar.
El timo pertenece al sistema inmunitario, y se encuentra como tal integrado en los circuitos linfáticos.