Vivimos en la era del uso indiscriminado y simultáneo de ordenadores, portátiles, tabletas, teléfonos móviles, videoconferencias, redes sociales, navegar por internet… Y aunque el confinamiento y, por extensión, la necesidad de teletrabajar lo han devuelto con más fuerza que nunca a la palestra, la realidad es que el término tecnoestrés es un ‘viejo conocido’ acuñado por primera vez en 1984 por el psiquiatra estadounidense Craig Brod.

En ese momento, Brod lo definía como un trastorno de adaptación causado por la falta de habilidad para tratar con las nueva tecnologías del ordenador de manera sana. El flujo incesante de información que proporciona la tecnología, obliga a las personas a realizar procesos de síntesis y resumen de manera ágil, lo que contribuye al agotamiento mental.

A pesar de que durante estos meses el teletrabajo ha demostrado enormes beneficios por ejemplo para la conciliación, mal gestionado puede provocar graves problemas de salud a los empleados, sobre todo, en el apartado mental.

Esto ocurre cuando se borran y difuminan los límites entre horarios laborales y personales, cuando no se puede desconectar de la tecnología y de las tareas, ni física ni mentalmente… lo que da lugar a la aparición del estrés tecnológico. “Eso que llaman la disponibilidad continua, 24 horas casi los 7 días de la semana, ha generado enormes problemas en la salud física y mental en empleados cuya productividad se ha visto en consecuencia mermada”,

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