No dormir durante una noche podría ser suficiente para que conviertas en el cliente perfecto de la pastelería del barrio, de las cadenas de comida rápida y de los fabricantes de los aperitivos menos recomendables. No sería culpa tuya sino de tu cerebro, que responde a una vigilia demasiado larga aumentando su interés por los aperitivos insanos. Al menos, es lo que sugiere el último estudio que ha analizado una relación que hace tiempo que ocupa a los científicos, la que existe entre la falta de sueño y el hambre.

Dormir poco va de la mano de la obesidad en numerosos estudios que han medido las horas de sueño, el porcentaje de grasa del cuerpo y el índice de masa corporal, un parámetro que ha sido cuestionado durante los últimos años. Lo que no está tan claro es qué mecanismos explican el vínculo. La explicación de que las hormonas son las responsables está muy extendida, pero el nuevo trabajo ha añadido suspense al poner el foco en un mecanismo cerebral que, según sus conclusiones, nos premia con más placer cuando comemos sin haber dormido que cuando estamos descansados.

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“Los estudios que se enfocan en los cambios hormonales como explicación del aumento en la ingesta alimentaria tras falta de sueño suelen hacerse en entornos de laboratorio muy controlados, que no responden a situaciones de la vida real”, explican los autores del nuevo artículo, que ha visto la luz en la revista The Journal of Neuroscience. Entre las prácticas fuera de nuestra rutina está la de alimentar el cuerpo con raciones intravenosas de glucosa, una costumbre a la que sí se recurre para medir las variaciones en los niveles hormonales.

Para sortear el problema, el equipo internacional que firma el nuevo trabajo recurrió a una ingeniosa perspectiva: una subasta. La voluntad de un grupo de 32 hombres sanos y delgados fue puesta aprueba en dos ocasiones, una después de una noche en la que habían dormido según sus costumbres y otra vez tras pasar la noche en vela (algo poco recomendable pero,

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