La envidia es probablemente una de las emociones más corrosivas que existen. Aparece con facilidad, casi de forma natural y lo peor es que generalmente va acompañada de otros sentimientos como la angustia, el enfado, la impotencia, el sentimiento de inferioridad e, incluso, el egoísmo, al llegar a ver a los demás como “competidores”. De hecho, el filósofo Fernando Savater califica la envidia de “pecado profundamente ‘insolidario’ que, sobre todo, tortura y maltrata al propio pecador, que termina siendo más desdichado que malo”.

Sin duda, uno de los tipos de envidia que más daño interno puede hacer a una persona es la envidia del éxito ajeno. El escritor e intelectual estadounidense Gore Vidal llego a escribir sobre esto: “cada vez que una persona cercana tiene éxito, muere una pequeña parte de mí”.

Curiosamente, este sentimiento empeora cuanto mayor es la cercanía con la persona que envidiamos. El veterano experto en psicología social Abraham Tesser fue el primero que investigó este fenómeno y publicó un estudio al respecto en 1988. En él explicaba que nuestra autoevaluación se ve mucho más amenazada por los seres queridos que sobresalen en áreas mediante las que nos definimos – como puede ser el trabajo o una habilidad en particular- que por desconocidos que destacan exactamente de la misma manera.

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