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Esperanza de vida

Muchos se ha escrito sobre la capacidad del ser humano de alargar la esperanza de vida con el paso del tiempo. Sin embargo, podría existir un límite y científicos de la Escuela de Medicina Albert Einstein del Bronx, liderados por el genetista molecular Ene Vijg, han determinado que este límite podría situarse en 122 años, la edad alcanzada por la persona más longeva de la historia.

Este grupo de científicos estableció que existen muy pocas posibilidades de que superemos esa barrera. Los hicieron en una investigación publicada en Nature y de la que se hacen eco en Gizmodo. Tampoco los actuales avances médicos y científicos serían capaces de romper ese límite ya que el cuerpo humano, hagamos lo que hagamos, acaba desgastándose.

Para esta investigación, el equipo de Vijg revisó la The Human Mortality Database, donde se recogen estadísticas de mortalidad a nivel global con fines científicos. Lo primero que confirmaron fueron los saltos en las tasas de supervivencia del ser humano en diferentes etapas históricos y un frenazo a partir de 1980. También revisaron la International Database on Longevity. La conclusión fue la misma: el ser humano parecía estar llegando a un límite de esperanza de vida.

“Si suponemos que hay 10.000 mundos como el nuestro, solo un individuo llegará a 125 años de edad en un año determinado. La probabilidad es de 1 entre 10.000, extremadamente remota“, explica Vijg a Gizmodo.

Estos resultados han sido matizados por el sociólogo y gerontólogo de la universidad de Chicago S. Jay Olshansky, quien en un artículo de Nature News and Views, explica que los programas genéticos que llevan a envejecer y a morir no existen como un producto directo de la evolución. De esta manera se desmarca de la idea del quipo de Vijg que habla de una limitación en nuestra vida basada en un límite natural.

Olshansky defiende que ese límite natural podrá ser superado, pero no ahora, aunque quizá sí en nuestra era. Una idea también sostenida por el biogerontólogo Aubrey de Grey, director científico de la Fundación de Investigación SENS, que explica que la medicina actual no está diseñada para reparar daños autoinfligidos al cuerpo humano como una mala alimentación temprana o fumar.

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