Nos encontramos en un momento de mucha confusión respecto a la aplicación de test PCR y serológicos, también llamados «rápidos». La población general no los distingue. A veces, incluso piensan que estas dos pruebas se contraponen.

A la confusión se añade el que los test rápidos disponibles no son todo lo buenos que querríamos. En lo que sí coincidimos todos –sociedad, médicos e investigadores– es en la importancia de dar con un sistema que permita tomar el pulso al SARS-CoV-2 para evitar nuevas oleadas de la pandemia.

Uno de los primeros pasos para lograrlo es identificar la presencia del virus –PCR– y de la respuesta inmunológica –test rápido– en la población tanto con síntomas como asintomática. Simplificando, la reacción de la PCR amplifica en cadena un fragmento del genoma viral, de manera que, por medio de fluorescencia podamos identificarlo y cuantificarlo. Los test serológicos o rápidos identifican la presencia de anticuerpos en la sangre.

Como en toda infección causada por un intruso nuevo, es importante conocer la biología del virus y cómo el sistema inmunitario intenta combatirlo. Al ser la primera vez que el sistema inmunitario ve a este virus, carece de anticuerpos específicos frente a él y, por ello, la batalla es sin cuartel. Una persona puede tener el virus en la faringe –uno de los principales sitios de replicación viral– y no haber desarrollado todavía anticuerpos preparados para dar respuesta a la infección.


Inmunidad innata

En ese estadio tan temprano la única defensa que tenemos es lo que llamamos «inmunidad innata»: las mismas células infectadas emiten señales que alertan al sistema inmune, pero todavía no ha habido tiempo de identificar los «puntos flacos» del virus que el ejército de linfocitos (un tipo de células inmunitarias) atacará de manera específica.

Tenemos ya evidencia de que durante los primeros cinco días de la enfermedad COVID-19 los pacientes pueden ser asintomáticos,

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