En el último adiós no hubo lágrimas. Estaban los cuatro: el matrimonio y sus dos hijos. “Te tienes que despedir de él y sabes que tienes unas horas contadas. No queríamos dejar ni un segundo a la tristeza. Queríamos que todo fuera como cuando éramos una familia sin enfermedad”, recuerda Ana María Arellano, que a sus 51 años lleva ya ocho meses viuda. La esclerosis múltiple irrumpió en sus vidas hace 13 años. El diagnóstico, cuatro años después, lo arrasó todo. Poco a poco fue invalidando a José María Herreruela. Hasta que un día ya no pudo más. Tenía 53 años. Le dieron un abrazo y se marcharon de casa para que él acabara con su sufrimiento, solo, cuentan la mujer y uno de sus hijos, Pablo, que apenas tiene 19 años.

La medicación no llegaba a calmar el dolor, insisten. “Era continuo”, afirma Ana. “Si era muy intenso, ese día era un puro aullido. Eso era lo que se oía. Tú no tienes herramientas para poder calmarle”, se lamenta. “Es muy frustrante no poder ayudar a tu padre, que está sufriendo”, continúa Pablo. “Llora. Y eso día, tras día, tras día, agota. Llega un día en que dice que ya no puede más. Y tú lo entiendes”, explica.

Esta familia asegura que la mayoría muere en el anonimato. Sus casos no salen a la luz por temor a repercusiones legales y a la sobreexposición pública. José María quiso contar su historia y ellos lo apoyaron. Pero no habían vuelto a hablar. Se decidieron a hacerlo tras el vídeo de María José Carrasco, también enferma de esclerosis múltiple, y Ángel Hernández, que ayudó a su mujer a morir y fue detenido por ello. “Si ellos fueron tan valientes, ¿cómo no íbamos a dar el paso nosotros?”, dicen madre e hijo. Falta Marina, la mayor de los hermanos, que vive en Londres. Ella también está presente en su relato.

Si era muy intenso, ese día era un puro aullido. Eso era lo que se oía.

 » Más información en elpais.es