Veggie, foodie, yummi… el número de anglicismos utilizados hoy para referirse a la cocina es proporcional al número de horas que buena parte del país dedica, desde el sofá de casa, a ver cómo otros cocinan en televisión. Semana a semana, analizamos (y criticamos) los avances de los concursantes de Masterchef, sentimos vergüenza ajena de los menús de Ven a cenar conmigo o vemos cómo parejas de todo el país se seducen frente a un plato en First dates. A mediodía, Dani García llena las casas de olores tradicionales. A deshoras, Netflix fascina con su serie de documentales Chef´s table. Glovo trae la cena a casa pulsando un par de botones, e Instagram es la meca de quienes fardan de sabores y texturas. Sin embargo, más allá de la imagen, ¿cuántos de esos aficionados elaboran su propio sofrito? ¿Quiénes dedican la tarde a remover, observar, probar, oler, rectificar, subir el fuego o bajarlo para hacer un puchero? ¿Y quién reutiliza la pringá para hacer croquetas o cocinar una ropa vieja?
La estadística dice que pocos, muy pocos. Según el estudio Cocina: actitudes y tiempo que los consumidores emplean en ella, de la empresa de investigación de mercados GFK, los españoles dedicamos a cocinar desayuno, almuerzo, merienda y cena una media de 6 horas y 20 minutos a la semana. La cifra es de este año. En 2015, la misma encuesta –realizada a 1.500 personas- reflejaba 6 horas y 48 minutos: es casi media hora menos en apenas 4 años. El documento también destaca que las mujeres cocinan más que los hombres: 7 horas y 25 minutos frente a 5 horas y cuarto. Pero hay más datos desalentadores: el 51,6% de la población cocina cuatro o menos horas semanales. Y una de cada diez jamás cocina por diversión. Los resultados son similares a los del trabajo Alimentación, sociedad y decisión alimentaria en la España del siglo XX, llevado a cabo por la Universidad CEU San Pablo y la Fundación Mapfre en 2018,