Luce un bello y llamativo cuerpo de mujer, uno de esos que no pasa desapercibido. Se identifica plenamente con el género femenino y, sin embargo, un día descubrió que genéticamente es un hombre; el análisis de sus cromosomas desveló que el par 23, el que determina el género, es XY (propio de un varón) en lugar de XX (típico de la hembra). “Me enteré con 45 años”, recuerda Sonia, quien ya ha pasado los cincuenta y que prefiere usar un nombre ficticio para preservar su intimidad.

Sonia tiene el Síndrome de Inestabilidad a los Andrógenos (SIA), algo que sus padres y sus médicos le ocultaron desde niña: “A los siete años mi madre me dijo que no podría tener hijos porque me habían operado de pequeña de unas hernias en el abdomen. El hecho de no tener descendencia es algo que tengo muy asumido”, explica. “Me decían que no me preocupara y siguiera las instrucciones del médico, que por cierto, era de la familia. Siempre me atendieron médicos de la familia o facultativos recomendados directamente por ellos. Yo confiaba plenamente, ¿por qué iba a desconfiar?”, reflexiona.

Actualmente, Sonia forma parte del Grupo de Apoyo al Síndrome de Inestabilidad de los Andrógenos (GrApSIA), una asociación que quiere “reducir el secretismo, estigma y tabú que han existido en torno al SIA y estas condiciones intersexuales animando a médicos, padres y sociedad a ser más abiertos”. Desde su web, por ejemplo, visibiliza más de una decena de testimonios de personas con diferente grado de SIA. Nadie pueda decir que no hay información al respecto.

El resultado de mezclas hormonales insólitas

El SIA es una forma más de intersexualidad -producida, en este caso, por una alteración genética-, otra evidencia de que el sexo no se ciñe solo a lo estrictamente masculino o femenino, y “son situaciones que no afectan a la vida y con las que se puede vivir”, aclara la investigadora emérita del Vall d’Hebron Institut de Recerca (VHIR) y experta en diferencias en el desarrollo sexual Laura Audí Parera.

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